Originalísima la idea, excelente el trabajo, bella la presentación, en fin, una caja maravillosa…
pero… ¡qué punzante la espina de rosa tan fermosa!…
pero… ¡qué punzante la espina de rosa tan fermosa!…
…¡qué dolor!, he sido olvidado, preterido, no he sido llamado ni he tenido cabida en la caja de los elegidos de Doña Ostra. ¡Ostras! cómo sufro.
¿No nos alimentamos con la misma comida?… …¿No nos curamos por los mismos medios? ¿No nos calentamos y enfriamos con el mismo invierno y verano que los demás remeros? Si nos pinchan, ¿acaso no sangramos?.
En fin, trataré de calmar mi dolor combatiendo la soberbia* aunque a mis años temo ser derrotado en el combate. ¡Otra amargura!.
* En una antología del disparate de hace ya años se publicó este, inolvidable: “La soberbia es el apetito desordenado de comer y beber y se combate practicando la lujuria”. Iré a la Neverra, solitaria a semejantes horras a calmar mi llanto con unas birrras.
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¡Me encontré!. Sufrimiento inútil que sin embargo curte. Curte y enseña, ¡mira que no haber probado con el box ese antes de empezar con el gimoteo!.
Imperdonable descuido. Espero no haber ofendido a la simpar Doña Ostra y no haber ser motivo de menoscabo en su producción de perlas.
Perdone mi impertinente ceguera, molusco maravilloso (molusca maravillosa queda raro). En penitencia prometo que hoy no comeré ni una de sus suculentas hermanas.
Por lo demás creo que seguiré un rato en la neverra. Lo de combatir la soberbia ni siquiera me lo planteo.
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El análisis mayonéutico del gran luigi es el tercer regalo que recibo. El segundo, cómo no, la fina labor de orfebrería de nuestra queridísima Ostra.
El primero, no me resisto a contarlo, fue un portentoso escote de veinteañera en sazón que algún dios magnánimo colocó y mantuvo ante mí durante toda la cena de ayer. Una cosa… una cosa… Bufff… Con el añadido de que fue mi costilla la que decidió dónde cenaríamos, e incluso el asiento que me correspondía. Prodigios de la Navidad.
¿Habrá moscatel en la neverra?
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